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Profetas y mártires de la familia Xaveriana

P. Francesco Marini S.X.
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23 Septiembre 2018

La fuerza del misionero está en la convicción de que el Evangelio es propuesta de vida plenamente humana. Acogiendo el Evangelio, el hombre no mortifica, sino que exalta y ensancha su ser, sus potencialidades, sus perspectivas, según las dimensiones de Dios mismo que nos invita a la comunión con Él. Llegar a ser humanos es

una vocación y una meta, no es algo cualquiera; es una tarea, no un proceso natural, que inevitablemente está condicionado por límites y contrastes.

También el misionero experimenta en sí la resistencia al Evangelio, ya que también él está llamado a una plenitud de humanidad que lo supera constantemente, lo atrae, pero también le cuesta.

El Evangelio entra en un mundo que no es humano; un mundo que no conoce al Padre y no reconoce por tanto a los hermanos. Un mundo en el que cada uno va por su camino, preocupado de sí mismo y de su bienestar: el cual hay que conservar si ya se tiene, o habrá que conquistar si no se tiene. Es por lo tanto imposible evitar el choque entre Evangelio e inhumanidad, sobre todo cuando ésta asume las formas de la opción violenta que no soporta el anuncio desarmado y humilde del Evangelio.

Abriéndonos a todo lo humano y a todos los humanos, el Evangelio nos introduce en un camino de crecimiento humilde al cual cada uno de nosotros fatiga a entrar. El misionero, hombre del Evangelio, se tropieza inevitablemente con la resistencia interior y con la oposición exterior. Solamente en la medida en que persiste en su lucha, se convierte en testigo, mártir: y al mismo tiempo en testigo de una humanidad más plena y de una fe que es su fuente.

San Guido María Conforti expresó con admirable lucidez la característica martirial de la consagración para la misión, “en la que la falta de la intensidad del tormento es suplida por el hecho de que se prolonga durante toda la vida” (Carta Testamento 2). Los Mártires Xaverianos son expresión segura de esta fidelidad en la entrega, que para ellos triunfó hasta la efusión de la sangre. No hay que pensar que ellos se hayan orientado de buena gana hacia esta conclusión: no ha sido siempre así, ni era necesario que lo fuese. Lo que ellos han vivido y manifiestan claramente, es la fidelidad disponible, que no busca, pero tampoco excluye, el sacrificio supremo. El acto de la donación nace de una actitud de entrega; del empeño por vivir para el Evangelio viene la consecuencia de morir por él.

Los Mártires Xaverianos no son más que un pequeño grupo dentro de la gran multitud de mártires 1900 hizo en China al menos 30.000 víctimas: el P. Rastelli representa el inicio de la misión xaveriana, en medio de aquella tormenta. Y el siglo XX ha cerrado con los inconclusos dramas de África Central dónde hace sólo unos años, en 1995, el P. Maule, el P. Marchiol y Catina Guber han unido su sangre a la de centenares de millares de víctimas de Rwanda y Burundi. Pero todo el siglo, así como en nuestra pequeña historia xaveriana, ha estado marcado por la sangre de los mártires. La persecución en efecto ha acompañado las dos guerras mundiales y las otras grandes y pequeñas guerras o guerrillas que han saturado estos 100 años, en todos los continentes; sin contar las numerosas víctimas de las grandes religiones políticas, o sea el comunismo, el nazismo, los varios fascismos. El siglo XX, al mismo tiempo que ha abierto nuevas e impensables vías para el progreso y por lo tanto para el crecimiento de la humanidad, ha mostrado también, con un descaro igualmente nuevo, un gran desprecio hacia la persona humana. Y precisamente esta inhumanidad muestra, por negación, la necesidad y la urgencia del Evangelio. Si el hombre elimina tan fácilmente y frecuentemente a los anunciadores del Evangelio, quiere decir que necesita urgentemente redescubrir su verdadera humanidad y la de los demás. Anotamos que el siglo XXI se abrió paso en medio de la Familia Xaveriana con el martirio de las tres hermanas Xaverianas en septiembre 2014: Olga Raschietti, Lucía Pulici, Bernardetta Boggia. Presentando a los Mártires de la Familia Xaveriana, quisiéramos evitar caer en la “retórica” del martirio. Su exaltación corre el riesgo de presentar una imagen falsa de la fe, como si ésta comportara la exaltación del sacrificio en cuánto tal. En realidad, lo que se engrandece es la fuerza del bien. Y es así, que el martirio se convierte en señal de esperanza, pues, muestra que la persistencia en el bien es más tenaz que la violencia agresiva del mal.

Nuestros Profetas y Mártires, hermanos y hermanas de todos en la Familia, han sido personas llenas de humanidad y determinación; no han elegido su fin, pero eligieron las premisas que lo hicieron inevitable. Subyugados, en efecto, por el Evangelio del Reino, al final han conquistado el Reino. Y hoy, sobre la misma vía de la caridad misionera, son para nosotros una inspiración viva y compañeros.

P. Francesco Marini s.x.

(con adaptaciones al hoy de la Familia Xaveriana).