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Chi siamo

Origen

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Origen de la congregación de las misioneras de María - Xaverianas

EL MISTERIOSO ENLACE DE DOS SI

Un diseño pensado en lo Alto toma forma con la ayuda de dos personas, lejos de imaginarse lo que estaba por nacer, sólo dispuestas a buscar y hacer lo que quería el Señor. El Xaveriano Santiago Spagnolo, joven padre de poco más de treinta años, se encontró involucrado en el proyecto para fundar una Congregación misionera, rama femenina del Instituto de los Xaverianos. Descubrirá después que  habria realizado el deseo que tenía San Guido María Conforti en el corazón y que no había podido concretrizar en  vida.

Dialogando con sus superiores y con personas de confianza y animado por ellos, entiende que el Señor le pedía que se interesara en esta Obra. Pensó en pedir la colaboración a la Señorita Bottego, una mujer de 48 años de una gran humanidad y espiritualidad. Profesora de idioma, daba clases de inglés a los estudiantes xaverianos. A la propuesta del padre Santiago ella rechaza tal propuesta, diciendo estar dispuesta a dar los medios economicos, pero no se consideraba capaz de ocuparse personalmente de la obra.

El padre, convencido de que la iniciativa es del Señor, se pone a la escucha atenta y humilde de los signos de su voluntad, permaneciendo en espera orante y confiante.

Escribió en sus memorias:

Escribe, recordando aquellos momentos:

Estaba dispuesto a todo siguiendo la acción divina. Había dicho mi sí al Señor, pero él tenía que precederme, yo no podía hacer otra cosa que cooperar con Él.

Casi un año más tarde, en ocasión de la Semana Santa de 1944, Padre Santiago, recientemente rector de la  teología xaveriana, envía a la Srta. Bottego, un escrito acompañado por una postal con la imagen del crucifijo del Velásquez, con la inscripción, al reverso, la palabra "Todo". Una palabra que “quería expresar la totalidad de la donación de Jesús y la espera de un don total de la parte de la creatura”.

Celestina queda estremecida y turbada. Comienza para ella un tiempo de agitación interior, mientras al externo continuaba el drama de la segunda guerra mundial. 
La situación de inseguridad y peligro creados por los bombardeos dá fuerza al padre Santiago a  desplazarse junto con la comunidad de los estudiantes xaverianos en las colinas de Parma. Incluso Celestina Bottego se refugia en la misma localidad de los Apeninos y pide asistir a las meditaciones que el padre Santiago dá durante los ejercicios espirituales predicados a los  próximos diáconos a la ordenación sacerdotal. En ese clima de oración y contemplación Celestina comprende que para buscar sólo al Señor y no así misma  debe entregarse. El 24 de mayo de 1944 ella manifiesta su sí.

Recordando ese día escribirá más tarde:

En una atmósfera de pura fe y fervor fui conducida a decir mi sí por un suave impulso interno al cual no me podía resistir. Sabía que era libre y sin embargo no lo era.

Sigue un tiempo de silencio y oración, en la precariedad de ese último año de guerra. En el testimonio de fe, el Padre Santiago y Celestina se preparan para la paternidad y maternidad a la que están llamados. La primera joven llegará poco más de un año después.

Una familia nacida de un pensamiento de totalidad

En el origen de la Familia de las Misioneras de María hay una experiencia mística, un impulso del Espíritu, captado en un clima de escucha interior y profunda de la palabra de Dios. El Padre Santiago se siente atraído por el misterio de la misericordia de Dios todopoderoso, que trabaja a través de instrumentos pobres y pequeños. La contemplación del Crucifijo lleva a Celestina a dejarse arrastrar por el movimiento de donación total de Jesús, la mueve a decir un sí modelado en el de María.

Una palabra, “Todo”, trastorna el proyecto de vida de Celestina y da una nueva configuración a la vocación del Padre Santiago. Su fe viva y su plena disponibilidad al proyecto de Dios los convierte en padre y madre de una familia misionera, enviados a anunciar el Evangelio, don de vida y salvación. A su alrededor se reúnen jóvenes comprometidos en la misma aventura, “hijas de un pensamiento de totalidad”, como decía el Padre Giacomo. La misión, antes que sea nuestro hacer, es contemplar la obra de Dios, como María en el himno del Magníficat, y así convertirnos en signos de su amor misericordioso. No se nos pide generar obras, sino cuidar la obra de Dios, de sus hijos e hijas que esperan conocer el nombre del Padre de todos y saber la imagen de quiénes están hechos.