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Chi siamo

Madre Celestina Bottego (1895-1980) ES

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Segunda de los tres hijos de Gian Battista Bottego y de Mary Healy, Celestina Bottego nace el 20 de diciembre de 1895 en Glendale (Ohio) y vive en el Estado de Montana (USA) hasta los 15 años. El papá, hermano mayor del explorador parmense Victorio Bottego, emigrado en América había formado allí su familia. En el 1897, la trágica muerte del hermano durante una expedición en África, lo hace volver a Italia, al lado de sus padres ya ancianos con los primeros dos hijos: María y Vittorio. Celestina con su mamá los alcanzaron al final del verano de 1910.

En Parma Celestina continua con los estudios y obtuvo en la universidad de Pisa, la habilitación a la enseñanza del idioma inglés. Enseño en varias escuelas públicas de Parma por más de veinte años.

Algunos de sus ex alumnos, todavía vivos, la recuerdan con cariño y gratitud por la amabilidad con la cual los trataba y por la competencia con la cual ejercía su profesión.

En los años de la juventud, junto con su hermana María, Celestina profundizó su formación espiritual bajo la guía de un sabio maestro espiritual y educador de conciencias, el abad benedictino Emanuel Caronti, que animaba a las jóvenes que él formaba a ayudar a las familias pobres de la periferia de la ciudad. Celestina madura así la elección de donarse a Dios en el servicio al prójimo. En 1922 elige ser oblata benedictina, reconociendo el primado de Dios en su vida. Su hermana mayor, María, en 1924 entra en la congregación de las Franciscanas Misioneras de María, viajando después a la India.

Celestina participa activamente en la Acción Católica dedicándose con generosidad a actividades apostólicas y caritativas. Le preocupaba particularmente la formación de los jóvenes. En la colonia donde vivía, la gente sabía que podía recurrir a ella en caso de necesidad.

En los años atormentados por la segunda guerra mundial, acoge y ayuda a varias personas de cualquier categoría en dificultad. Muchos experimentan y testimonian su gran capacidad para tejer amistades, “una amistad que hace recordar el amor por ti”. Quien se acercaba a ella tenía la impresión de encontrarse delante de una persona contenta, que irradia confianza, serenidad, un corazón que te invita a amar a Jesús en los hermanos. La apertura a la amistad y a la hospitalidad está unida a la capacidad de vivir la soledad y el silencio. El secreto de su presencia que serenaba y pacificaba era la unión íntima con el Señor, la adhesión a su voluntad, la confianza ilimitada a su Providencia.

A partir de 1935 comienza a impartir clases de inglés en el Instituto de los misioneros Xaverianos, dejando en las almas de los estudiantes una huella viva de su grandeza humana y espiritual. Su conciencia misionera se profundiza aún más después del viaje a la India, donde permaneció varios meses en el 1936, con su hermana misionera.

El Señor la va preparando para el llamado que le llega inesperado y perturbador cuando tenía ya casi cincuenta años. Cuando recibe la propuesta de colaborar a la fundación de la rama femenina de los misioneros Xaverianos, en un primer momento rehusó con decisión diciendo “Soy más capaz a echar a perder las obras de Dios que a hacerlas”. Después de un año de oración y de lucha interior comprendió lo que Dios quería de ella.

La tarjeta de la Pascua del 1944 con la figura del Cristo del Velásquez, con la palabra “Todo” es la gota que hace derramar el vaso. El 24 de mayo, en los ejercicios espirituales predicados por el Padre Santiago Spagnolo, su desolación interior se funde en un “Si”, como respuesta de totalidad.

Solo hasta el año siguiente, al finalizar la segunda guerra mundial, comienza la nueva congregación. Comienza una nueva etapa de la vida de Celestina que se convierte en “la Madre de las misioneras a las cuales se dedica, poniendo a disposición sus dones humanos y espirituales, la casa y todos sus bienes.

Desea que sus misioneras sean santas, contemplativas en la acción, mujeres de fe y de oración, generosas y valiente. Las acompaña en las primeras fundaciones fuera de Italia: En los Estados Unidos, en Brasil, en Congo, en Burundi, acompañándolas después con una extensa correspondencia.

En el 1966, cumpliendo un gesto que da la medida de la grandeza de su maternidad, presenta su dimisión como superiora general, dejando a otras la dirección de la congregación, a la cual quiere ahora dar su contribución “en la oración y en el servicio como una simple madre”. Continua a acompañar a sus hijas con la oración, escribiendo a las que están lejos, feliz de acogerlas con los brazos abiertos a su regreso a Italia por un periodo de reposo.

Muere el 20 de agosto de 1980: ahora puede ver “cara a cara” al Señor que ardientemente a amado y deseado en toda su vida.