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Pequeña semilla

Enriqueta Ayala
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22 Abril 2018

Desde hace 10 años vivo en Japón, en la comunidad de Miyazaki, en la isla de Kyushu. También para mí, Japón es "el fascinante Japón» como decía el Padre Pedro Arrupe. A pesar que la barrera de la lengua y de la cultura es todavía enorme, estar en este lugar llena mi corazón de alegría.

Después de haberme aventurado en el servicio de la catequesis, sentí el deseo de trabajar con los niños para introducirlos al espíritu de la "Infancia Misionera". Habiendo hecho esta experiencia cuando yo era niña, tuve el sueño de que aquí también era posible una actividad de este tipo.

Sin material en idioma japonés y sin tener mucha experiencia de apostolado en esta tierra, pero con un deseo ardiente en mi corazón, me puse a la obra y el Señor me abrió el camino.

Junto con un sacerdote Salesiano polaco y una religiosa japonesa, preparamos un programa para unir a los niños de las dos parroquias católicas de la ciudad y al mismo tiempo también involucran a sus padres. Primero hablamos con los catequistas: Serían los primeros responsables de este grupo, mientras nosotros tres nos limitaríamos a animarlos y coordinarlos.

Así nació la aventura de la infancia misionera, con características diferentes de las occidentales, pero con el mismo espíritu misionero. El grupo tiene ahora cinco años de vida y cada dos meses se hace una reunión en la que participan no sólo los niños, sino que también los padres están involucrados, unas cincuenta personas en total.

Animados por el obispo de Oita, llegamos a otras parroquias de Miyazaki y de la provincia. Las reuniones comienzan con la celebración eucarística dominical junto con la comunidad de los fieles. Tras un pequeño refrigerio, vemos un vídeo que nos introduce en el tema. Luego se divide en cinco grupos: los niños de kínder, los niños de primer grado al tercero de primaria, los niños de cuarto a sexto, los adolescentes de secundaria, grupo de padres.

En cada grupo se profundiza el tema para llegar a un propósito concreto. Nos encontramos todos en la iglesia para compartir la reflexión o la actividad que cada grupo realizo. Después hacemos un juego según el tema propuesto. Sigue la comida y se concluye en la iglesia con una oración y la bendición final.

Es para mí una experiencia muy bella. Los catequistas se han comprometido en este apostolado con entusiasmo y pasión. No tengo palabras para agradecer a Dios las maravillas que hace, sobre todo cuando los escucho explicar a otros las razones de nuestro apostolado.

No sabemos cuál será el futuro de este grupo: puede ser una moda pasajera, pero también podría convertirse en un sembrador de la pasión por la misión. Sea como fuere, hemos empezado algo. El Señor hará lo que quiera a través de nuestras manos y en su infinita misericordia sabrá hacer fertilizar esta pequeña semilla.